Hoy voy a hablar de mi perra porque no fue una perra prodigio, porque no tuvo la oportunidad de salvar la vida a nadie, porque era un poco tonta, porque gruñía, porque estaba un poco gorda, pero sobre todo porque la quise profundamente y porque me acompañó cada minuto de su vida hasta el día de su muerte.
NEGRI
De pequeña, viviendo en la alquería, crecí rodeada de animales. Entre ellos había tres perros medianos con los que solía jugar a menudo. No recuerdo cuándo murieron pero nunca más tuve perros hasta 1982. Un miércoles al mediodía, estando ya casada y con una niña de dos años, mi marido llegó de la oficina con la noticia de que un cliente no podía atender a su perrita cocker y necesitaba urgentemente a alguien que la pudiese adoptar. Sabiendo lo que me gustaban los perros, mi marido me lo dijo como quien no quiere la cosa pero intuyendo que la perrita iba a terminar quedándose con nosotros. Y así fue. El sábado por la tarde nos la trajeron; apenas contaba un año de edad y no pesaba más de doce kilos. Con ella venía un plato, un cepillo, un fabuloso desodorante, una cadena para sacarla a pasear y un cojín de holgadas dimensiones.
Era una cocker spaniel inglés de pelo negro, redondos ojos marrones, largas orejas colgantes, rabito corto y unas larguísimas pestañas (alguna de ellas medía más de 6 cm de longitud sin exagerar...). Le habían puesto el nombre de Negri, supongo que por el color de su pelaje: un negro marfil que complicó mucho el resultado de las fotos en las que yo intenté inmortalizarla, porque solo se veía una mancha de pelo oscuro en su lugar.
Su aterrizaje en nuestra familia no fue nada idílico. Hay que entender que para ella éramos unos desconocidos, y debía sentir que sus amados dueños la habían dejado. Los echaba de menos y su manera de decírnoslo era mostrando su tristeza y descontento con rechazos y gruñidos. Tuvimos que darle tiempo… El primer día, apenas me acercaba a ella, comenzaba a gruñir y a dirigirme miradas que me atemorizaban. Incluso llegó a morderme en la pantorrilla, pero yo no se lo tuve en cuenta y seguí acercándome poco a poco hasta ganarme su confianza.
Los antiguos propietarios nos pidieron venir a verla y llevársela de paseo de vez en cuando. En principio lo aceptamos y pasadas unas semanas de estar con nosotros se la llevaron de paseo un domingo. A la vuelta el sufrimiento y llanto de Negri era tal, que tuvimos que decirles que eso no era bueno para la perra. Nosotros le daríamos suficiente cariño para que los olvidase, pero para conseguirlo debía estar siempre con nosotros.
A mí Negri me gustó desde el primer día. Era preciosa. Me gustaba despierta, mirándome con sus redondos ojos marrones, con sus orejitas largas barriendo el suelo y moviendo su incansable rabito cuando olfateaba. Y me gustaba dormida, acurrucada como una bola, respirando apaciblemente y emitiendo intensos suspiros. Pero Negri tenía mucho carácter. A veces, estando en su cojín, le gruñía a Sandra cuando ésta se acercaba y le liaba hilos de lana a la cabeza o le unía las orejas con una pinza. Negri todo lo resistía, pero siempre mostrando su desagrado con gruñidos que por fortuna no pasaban de ahí. Con el tiempo descubriríamos que los niños no eran lo suyo...
El día siguiente a su llegada decidimos llevar a Negri a pasear por el campo a ver si pasaba el test de inteligencia y la prueba de psicomotricidad. Hacía un día soleado y la temperatura, pese a ser el mes de febrero, era bastante agradable. Hicimos entrar a la perra al coche y cuál no sería nuestra sorpresa al verla saltar de delante hacia atrás y de atrás hacia delante con un nerviosismo exagerado. Pateando los asientos, enroscándose con el cambio de marcha, con nuestra hija… ¡Aquello fue una hecatombe! En pocos segundos, una nube de polvo y pelos emborronó la mirada que nos dirigimos mi marido y yo mientras nos cuestionábamos la idea preconcebida de que los perros van quietos en la parte de atrás mirando distraídos por la ventanilla.
Una vez en el campo, Negri salió disparada del coche, correteó incansablemente, hizo sus necesidades y no dejó centímetro del terreno por olfatear. Piedras, hierbas, matorrales y el insecto más diminuto fueron inspeccionados por su hocico. Luego cogí un palito, se lo lancé con todas mis fuerzas y grité: ¡Negri, cógelo! Pero como si le hablase en chino, Negri ni se inmutaba. Me cansé de lanzarlo varias veces sin ninguna reacción por su parte. Ella me miraba con lástima con sus preciosos ojos doblando la cabeza; no tenía ni idea de lo que le estaba pidiendo… Así que pude aprobarla en gimnasia y habilidades sensoriales pero suspendió en educación y comprensión...
Como no hay mejor manera de enseñar que con el ejemplo, días después mi hermano hizo de conejillo de indias para que Negri entendiese que tenía que traer lo que yo le tiraba. Comencé a lanzar una pelotita de goma y mi hermano corría voluntarioso a cuatro patas y me lo traía exclamando unos “guau” sorprendentes y dando saltos por el salón. Como la táctica no daba resultados busqué una recompensa y cogí un trocito de queso que era su manjar favorito. Cada vez que mi hermano traía la pelota yo le daba la recompensa pero Negri veía el queso y desconectaba por completo de aquella clase práctica en la que estábamos poniendo todo nuestro empeño. Comenzaba a babear pasando su lengua por el hocico y ladeando su cabecita mirando el queso y mirándome a mí alternativamente y aquello me producía tanta lástima que terminaba dándole el queso. Tardó semanas en aprender pero con tiempo y mucha paciencia lo consiguió y se ganó el aprobado en comprensión.
Si Negri sacó muy buena nota en algo fue en plástica. Un día, husmeando en la habitación de Sandra olió dos tabletas de plastilina y no dudó en zampárselas; una era de color azul y la otra amarilla. Al día siguiente la llevamos a dar su habitual paseo por el parque y no tardó mucho en hacer sus deposiciones. Nuestro asombro fue mayúsculo al comprobar el zurullo de color verde que excrementó sobre la hierba y que embelleció con un hueso de cereza en su parte superior. Aquello fue una auténtica obra de arte a la altura de Piero Manzoni.
También en natación mereció un sobresaliente. El primer domingo de verano fuimos a pasarlo a casa de mi cuñada Lola en el monte. Era mediodía y toda la familia estaba bañándose en la piscina. Al bajar del coche, sin pensárselo dos veces ni pedirnos permiso, Negri corrió directamente y se tiró al agua para asombro y sorpresa de todos los allí presentes.
A los tres años Negri era toda una perra adulta y para que conociese los placeres del amor y lo beneficioso para su salud que suponía el ser madre, decidí buscarle un novio. Lo encontré de casualidad a las puertas del Corte Inglés. Era un cocker sumamente guapo y casualmente tenía pedigrí; algo que yo no buscaba, pero garantizaba un cincuenta por cien de la belleza de sus descendientes. Pregunté a su dueña si estaba de acuerdo en que su perro disfrutase de un encuentro amoroso con Negri y tras su aprobación, acordamos que yo le avisaría cuando Negri tuviese el celo. Me compré un libro, me empapé del ciclo de las perras y estuve bien pendiente.
Llegado el día los llevamos a un piso vacío que teníamos en Valencia y la pareja se dedicó a corretear por el pasillo hasta consumar el acto. Negri quedó preñada y meses después se empeñó en dar a luz debajo de la cama. No había manera de sacarla hasta que conseguimos ponerla sobre una manta en el suelo del comedor. Sobre las diez de la noche comenzó el parto. Uno, dos, tres, cuatro… De cada cachorro se comía el saco amniótico que lo envolvía y lo lamía con la lengua hasta dejarlo bien limpio. Tratábamos de quitárselo nosotros al recién nacido pero no nos daba tiempo, siempre se nos adelantaba. Cinco, seis, siete… Negri ya debía de tener un empacho del carajo. Las horas pasaban y el parto se hacía largo... Sobre la una de la madrugada decidimos acostarnos pensando que ya estaban todos. Por la mañana tuvimos que hacer recuento: …ocho, nueve ¡y diez! Diez cachorros y sólo ocho tetas para amamantar; eso iba a suponer un problema para los más débiles puesto que de los recién nacidos unos eran mucho más grandes y fuertes que otros.
Dada la coyuntura, encargamos una preciosa cuna a la medida de la camada. En una fábrica de palets que mi marido conocía, nos construyeron un cajón de un metro veinte centímetros de ancho por unos cuarenta de altura y allí dentro, sobre una manta, los metimos a todos. Al principio nos costó conseguir que Negri saliese al parque a dar sus paseos pues como buena madre no quería abandonar a sus cachorros. Una vez allí hacía sus necesidades y quería volver a casa inmediatamente. El segundo día nos levantamos y vimos un cachorro aplastado bajo de Negri mientras ella amamantaba al resto de la camada; había fallecido. Otro de ellos, también de los más débiles, murió al tercer día por falta de fuerzas. Pero los ocho restantes salieron adelante. El veterinario nos dio una fórmula para fabricar leche parecida a la de las perras: se preparaba con agua, leche en polvo, yema de huevo y unas gotas de vitaminas. Varias veces cada noche durante el tiempo de la lactancia me estuve levantando a dar biberón de ayuda a los cachorros, porque Negri no producía alimento suficiente para todos. Por fortuna, a pesar de ser tan negros como sus padres, tenían una mancha blanca de diferente forma en el cuello y gracias a ellas hice unas gráficas donde apuntar a quién había dado el biberón y a quién no. Avioncito, Estrellita, Torito… Al mes y poco comenzaron a saltar las paredes de la cuna y se dedicaron a regar la casa con sus excrementos. Todo era limpiar, dar biberones y no dormir… Aquellos días con sus noches fueron muy duros…
Cuando cumplieron dos meses había que buscarles un hogar y colocar a ocho cachorros no fue tarea fácil. Por fortuna pudimos regalar seis de ellos pero nos quedaban dos y no había manera de encontrarles dueño… Hay que tener en cuenta que en aquella época no había redes sociales donde compartir la adorable foto de unos cachorros buscando adopción... Mientras tanto, los cachorros se dedicaron a roer todo lo que pillaban por casa, sobre todo las patas de los muebles y con mi maletín de óleo se pusieron las botas dejándolo casi en los huesos. Al final los dejamos en una tienda de animales.
Hay cosas de Negri que nunca olvidaré: su obsesión por la comida y su sobrepeso por culpa de nuestra debilidad al dejarle picar entre horas. Su sensible olfato, tanto, que cualquier perfume u olor fuerte le producía infinidad de estornudos. Su afán por ponerse en mi regazo en el sofá; dando un par de vueltas en círculo hasta encontrar su postura. Su espera paciente en la puerta de los comercios cuando me acompañaba a comprar por el barrio. Su manía de ponerse detrás de mí cuando yo planchaba; obstaculizando mis movimientos y permaneciendo inamovible cuando yo le decía que se cambiara de sitio. El difícil cepillado del pelo de sus orejas y patas después de volver del campo llena de serrets. Las veces que su cuerpo fue un hotel de cinco estrellas para garrapatas y tuvimos que desahuciarlas...
Pero lo que nunca olvidaré son sus pelos, porque a pesar de que yo barría cada día, estos me llenaban el pasillo con bolas de matojos rodantes como los que aparecen en las películas del oeste. Cuánto hubiera agradecido tener un robot aspirador autónomo que me liberara de tan ardua tarea… También los dejaba pegados sobre las sábanas cuando apoyaba su hocico sobre la cama cada mañana al despertarnos. Y eran cientos los que dejaba estampados en las paredes del aseo cuando se sacudía el agua después del baño. Pero era tanto el amor que le teníamos que nada de esto fue un inconveniente.
La vida de Negri transcurrió feliz entre nosotros pero desgraciadamente no tuvo una larga vida. Antes de los siete años comenzó a tener artrosis. Durante los paseos se quedaba aplastada en el suelo sin poder caminar y dejó de subir al coche de un salto por sí sola; necesitando de nuestra ayuda para hacerlo. Se quejaba de dolor cuando tocábamos alguna parte de su cuerpo y llegamos a llevarla en brazos a hacer sus necesidades. Paralelamente comenzó a supurar por la vagina. El veterinario dijo que había que operarla pero dada la artrosis que tenía y sabiendo que la perra iba a sufrir mucho, nos recomendó la eutanasia.
La tristeza de perderla nos invadió. Pero más triste era seguir viéndola sufrir de esa manera. Una mañana recibió la inyección que la dormiría para siempre. Mi marido ese día trabajaba así que fueron mi padre y mi hermano los que me llevaron con ella al huerto de los naranjos de Villamarchante. Allí, entre los árboles y la montaña, cavaron una profunda fosa para evitar que los jabalíes y otras alimañas se hicieran con su cuerpo. Mientras lo hacían, yo sujetaba a Negri entre mis brazos llorando desconsoladamente.
Pasé más de tres meses derramando lágrimas, tocando el lugar de la alfombra donde se solía tumbar, oliendo sus cosas, pronunciando su nombre…
Hace treinta y tres años que se fue y aún la recuerdo.Siempre la llevaré en mi corazón.
©️AMPARO NOGUERA 2022
Qué enternecedor relato, recuerdo a Negri viviendo con vosotros en alguna etapa de vuestra vida, pero cuantas anécdotas y recuerdos curiosos guardas de vuestra convivencia, que bonito es ordenar y plasmar estos recuerdos atesorandolos para siempre.
ResponderEliminarUn abrazo y mi enhorabuena 👏😊😘❤
Santi, no podiá responder durante todos estos mese. Gracias por tus comentarios.
EliminarEntorno al año 1985 yo tuve un pastor alemán / perro lobo. Se llamaba Jazz. Era negro. Habría hecho buenas migas con Negri. 🥰
ResponderEliminarEs, fantástico, Amparo, sin paja y sin entretenerse en detalles ñoños, además ahora hace un año que mi gato Peter pan, nos dejó, después de 12 años con nosotros. Entiendo perfectamente tu duelo. Peter y yo éramos como simétricos y todavia lo hecho de menos cuando entro en casa y no me lo encuentro esperándome. Es un gran homenaje a Negri. Enhorabuena 😘
ResponderEliminarMuchas Gracias. No sé quien eres y no me dejaba responder el blog.
EliminarQuè tendre, Amparo! I quina memòria! M'ha encantat.
ResponderEliminarTambé m'ha agradat molt el toc d'humor que li dones. Entenc que no el pugues oblidar.
Quines fotografies més boniques! Per cert, la de Sadra, Negri i tu, és total.
Gràcies per compartir-ho.
Susi.
Gracias Susi. Besets.
EliminarMe ha emocionado. Los que hemos tenido amores peludos sabemos lo mal que se pasa.
ResponderEliminarMuchas gracias! se les quiere mucho...
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