LA LECTURA

    Hasta los ocho años viví feliz en una alquería situada en medio de la huerta. En los alrededores: campos, árboles, acequias, un enorme patio y un corral con animales, eran todo un universo para mí. En el interior había muebles del año en que mis padres se casaron. Presidía el comedor una mesa de madera de nogal enormemente pesada. De sus esquinas nacían unas robustas patas redondas como caderas que se adelgazaban poco a poco hasta apoyarse en el suelo donde terminaban en una pequeña bola a modo de pie. Las sillas, con formas curvas del mismo estilo, resultaban tan pesadas que moverlas era más duro que entrenar en un gimnasio. También había un aparador, cuyos cajones crecían curvos hacia fuera como si tuviesen barriguita y sobre cuya superficie descansaba una gran piedra de mármol blanco veteada en tonos grises. En los dormitorios, las camas, cómodas y armarios, eran también de formas curvas para hacer menos aburrida a mi madre la tarea de quitarles el polvo.

    Pero en la alquería había un mueble que brillaba por su ausencia y era una estantería para libros. No había ninguna en toda la casa. Tampoco hacía mucha falta porque a mis padres, vencidos por el sueño tras las duras jornadas de la vida en la huerta, poco tiempo les quedaba para leer. De manera que en este maravilloso escenario, durante los primeros años de mi vida, los únicos libros que conocí fueron “Mi cartilla” y “La enciclopedia de 1er. Grado” de Álvarez, con la que nos enseñaban un poco de todo en el colegio.Los libros para mí en aquel lugar en medio de la huerta, eran tan solo fantasmas que vagaban a mi alrededor esperando el momento de sorprenderme.

    Hasta que llegó el día. El lugar que escogieron para hacerlo fue un estanco instalado en un bajo de un edificio recién construido en la calle Peris Brell, a tan sólo unos pasos de la alquería. Era un comercio donde, además de tabaco, se expendía sellos, sobres, cartas y postales; imprescindibles para comunicarse por escrito con familiares y amigos que se encontraban en la distancia. Pero allí también se vendía otras cosas como mecheros, pipas, cerillas, estilográficas, libretas, bolígrafos Bic… ¡y cuentos!

    El día que entré en el estanco por primera vez cogida de la mano de mi madre, fue como descubrir el país de las maravillas. Algo en sus estanterías me atrajo mucho más que el chocolate: montones de cuentos troquelados con ilustraciones a todo color de ”La ratita presumida”, “La castañera”, “El gato con botas”… que además de tener la forma del personaje principal tenían adherido algún objeto tridimensional en la portada. Mi madre, viendo mi expresión de asombro ante semejante descubrimiento, me compró un par de ejemplares ese día y algunos más en sucesivas ocasiones.

    Pero aquellos cuentos me crearon tal adicción que, aunque los leía y disfrutaba de sus ilustraciones repetidas veces, nunca tenía suficiente. Y como una yonki que se busca la vida para conseguir su dosis, por primera vez en mi vida le hurté monedas a mi madre para ir a escondidas al estanco a ampliar mi colección.

    Debo reconocer que en principio tuve algún remordimiento pero visto desde la distancia creo que no fue tan grave. Es curioso que la segunda y última vez vez que le cogí dinero sin su permiso también estuvo relacionada con la lectura. Con dieciocho años y el carnet de conducir recién sacado, aparqué el 124 de mi padre delante de la librería Viridiana en la calle Artes Graficas. Cuando salí con mi nuevo libro me habían cambiado el coche por una pegatina. Para evitarme la reprimenda, sin saberlo mi madre pagó de nuevo, aunque en este caso fue una multa bastante más cara que aquellos cuentos. Mis padres nunca supieron de aquello y tampoco la grúa me ha vuelto a requisar el coche hasta el momento.

    A los ocho años nos fuimos a vivir al piso de Ramiro de Maeztu. Casi en la esquina del edificio con la calle Leones instalaron una casa de apuestas de quinielas “1X2” que además vendía tebeos, revistas y colecciones de libros que yo descubriría por primera vez.

    Pasaba la semana esperando el sábado para comprar mis nuevos ejemplares. Allí conocí en el TBO a la familia Ulises y los inventos del profesor Frank de Copenhague. Descubriría Pulgarcito, el Tío Vivo, El DDT… En sus páginas aprendí lo que era una agencia de información con Mortadelo y Filemón. Disfruté con las discusiones de las hermanas Gilda. Con Anacleto supe cuál era el trabajo de un agente secreto y también lo que era hacer ayuno con Carpanta y sus peripecias para conseguir un muslo de pollo. Me reí con las travesuras de Zipi y Zape y su padre don Pantuflo; con la pobre Petra criada para todos, tan lejos de su pueblo; con los vecinos del 13 Rue del Percebe, y con las batallitas del abuelo Cebolleta. También viví extraordinarias aventuras con el Capitán Trueno, justiciero caballero medieval siempre acompañado por Goliath, Crispín y su novia Sigrid. Del Jabato leí poco; debo reconocerlo.

    Y no me puedo olvidar de los tebeos de “Vidas ejemplares”. No había vida de santo o mártir que no me leyese y cada una de ellas me hacía llorar: Sta. Rosa de Lima, San Felipe Neri, San Francisco de Asís, San Vicente Ferrer… tantas vidas de santos me leí y tan hondo me calaron sus historias que me convertí en una experta en milagros y por un tiempo tuve la vocación de ser santa. A ello contribuyó mi tío Rafael, que nos conseguía un cajón abarrotado de “Vidas ejemplares” cada mes de vacaciones que yo pasaba con ellos en Chulilla.

    Paralelamente a los tebeos mi tía Paquita me regaló mi primer libro juvenil un 8 de mayo de 1968. Se titulaba “Galopín”, al texto lo acompañaban algunas ilustraciones. Tiene más de 53 años y todavía lo conservo.

    También en el “1X2” completé casi toda la colección de “Historias Selección” de Editorial Bruguera en las que se alternaban páginas de texto con páginas de cómic. Aún guardo con cariño Sissí emperatriz, Genoveva de Brabante, Miguel Strogoff, Robinson Crusoe, La isla misteriosa... y aunque ya no los tengo, recuerdo La historia de Lady Godiva, Ivanhoe y muchos otros.

    Las aventuras de “los cinco” y “los secretos de…” tampoco faltaron entre mis lecturas juveniles.

    No puedo dejar de recordar “Las aventuras de Tintín”, la extraordinaria defensa de la aldea gala de “Astérix y Obélix” gracias a la poción mágica, y el humor surrealista del visir Iznogud que quería ser califa en lugar del califa.

    Y cómo no, dos heroínas del cómic para mí, la progresista y entrañable “Mafalda”, con la que me identificaba cuestionando las cosas, además del poco gusto por la sopa y “La pequeña Lulú”; primer icono feminista del cómic con la que me reafirmé pensando que las niñas no eramos una raza inferior a los niños.

    Acompañando a mi madre a la peluquería descubrí las fotonovelas. En ellas, “Corín Tellado” me introdujo en las historias de amor en blanco y negro. Fotogramas con bocadillos de texto que me hicieron soñar con hombres guapos y con historias de amor imposibles que jamás viviría.

    Mi afición por la lectura siguió creciendo con los años. De adolescente con “El principito” aprendí que solo con el corazón se puede ver bien pues lo esencial es invisible para los ojos.“Ana Frank” en su diario me hizo tomar conciencia de los peligros del racismo y el antisemitismo.“Siddhartha” me enseñó que cada individuo debe buscar hasta alcanzar la auto-realización. “Sinuhé el egipcio” desde el exilio me hizo admirar la cultura del Egipto de los faraones y me enseñó a confiar en la bondad de los hombres. Con “Juan Salvador Gaviota” aprendí que la perfección se consigue con el amor, “El Quijote” me mostró lo bello de su idealismo al querer ayudar a los demás sin pretender beneficiarse, y con las novelas de Blasco Ibáñez comencé a amar profundamente mi tierra.

    Ya con veinte años descubrí entre otros “La Regenta”, “Fortunata y Jacinta”, “Guerra y paz”, “Madame Bovary”, “Los miserables” y mi novela favorita: “El Conde de Montecristo”, donde de la mano de Edmond Dantés vislumbré el poder del karma...

    La lectura es una de las experiencias más gratificantes que se puede tener y está al alcance de todos. Todo lo que he leído me ha aportado conocimiento, me ha hecho pasar muy buenos ratos y me ha dejado un buen poso, ¡hasta los tebeos!. ¿Tiene algo de malo que quisiera ser santa? Ahora sé que no lo voy a ser nunca ni lo pretendo pero, y la ilusión que tuve en su momento… ¿quién me la quita?

 

 ©️AMPARO NOGUERA 2021

 

 



Comentarios

  1. Los libros y la lectura, tan al alcance de las personas, aun sin recursos, es según mi consideración el cimiento para la adquisición de una buena educación, pero sobre todo de cultura. Podemos viajar a través del espacio y del tiempo. Protagonizar grandes aventuras y torridos amores. Aprender a cocinar, a podar un arbol o a construir una maqueta. Todo lo que hoy podemos obtener a través de tutoriales en Youtube, pero con la magia del sonido de sus páginas al pasar y el inconfundible aroma de la tinta y el papel.
    Las lecturas de tu infancia y juventud son las mismas que muchos de nosotros disfrutamos. Consigues, estimada Amparo, hacernos recordar las horas dedicadas a vivir en mundos de ilusión y fantasía, mediante tu espléndido relato. Por ello te doy mi enhorabuena.
    R.A.C.

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  2. Cuántos recuerdos...!!
    Aún conservo el primer libro que me compraron, en 1963: "El Capitán Trueno en Rapa Nui", de “Historias Selección” de Editorial Bruguera. Desde entonces deseo conocer la Isla de Pascua, cosa que aún no descarto.
    Y todos los otros que citas, incluido el cuento de la Castañera, con su espumadera metálica para sacar las castañas en la mano, que duró muchos años.
    Como siempre, qué bien escribes.

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  3. Ay, Amparo. M'has tocat la fibra sensible! Em sent totalment identificada amb el que contes. Els pocs diners que em donaven els diumenges sempre els destinava a llibres, i l'afició continúa. Per a mí, és la millor. Tant per els coneixements que s'adquirixen, com per l'evasió. Continue comprant llibres en paper.
    Ho has contat tot tan ben detallat que m'has deixat bocabadada.
    Moltes gràcies.

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  4. Precioso, entrañable y enriquecedor relato 💓💞💝

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