El NOVIAZGO

   

    El noviazgo de mis padres no fue largo sino eterno. Nueve interminables años que darían a cualquier pareja de la actualidad para tener tres o cuatro relaciones.

        Cuando mi madre tenía quince años no era una adolescente como las de ahora, era una mujer. De hecho no sé siquiera si llegó a tener adolescencia. Aparentaba ser mucho mayor de lo que era. Mi padre tenía ya veinticuatro años y era un hombre delgado, fuerte y muy guapo; en su juventud tenía cierto parecido a Warren Beatty. Pero sobre todo era un hombre que pese a haber ido poco al colegio y dedicarse al campo, era inteligente y supo escoger muy bien a la mujer de su vida.

Se conocieron el día de la fiesta más importante que se celebraba en la huerta de Valencia, el día en honor a San Isidro Labrador y Sta. María de la Cabeza, patrones de los agricultores.

    Era una gran celebración. Acudían familias enteras, padres, hijos, abuelos… que dejaban sus ropas de diario para vestirse con sus mejores galas y si podían, estrenar algo. Era un día muy alegre. Las imágenes de los Santos se portaban en sus andas en pasacalle por los caminos polvorientos de las huertas, de una alquería a otra.

    Allí, en la casa de los nuevos “clavarios” serían venerados durante todo un año en un altar que se preparaba generalmente en el aparador del comedor y que se adornaba con jarrones llenos de flores sobre blancos tapetes con puntillas. El Santo se hospedaba en una casa y la Santa en otra. Para el traslado anual se hacía un pasacalle, se celebraba una Sta. Misa, se tiraban tracas, y las familias que acogían las imágenes se encargaban de preparar un picoteo para todos los asistentes. Era una fiesta fraternal donde se experimentaba la alegría del reencuentro entre familias de la huerta, que no se veían habitualmente y cuyas alquerías estaban alejadas unas de otras; Benimaclet, el Grao, el Cabanyal, Vera, Sant Lluis… Yo tuve la suerte de vivirlo y disfrutarlo durante varios años de mi infancia y juventud y puedo dar fe de que así era.

    Un día del año 1947, en pleno pasacalle, mi padre vio a mi madre portando el anda. Cupido hizo el resto. A partir de ahí le costaría unos meses conquistarla pero al final mi madre tomó la decisión más acertada de su vida y terminó aceptando ser su novia. En principio mi yaya materna no terminaba de convencerse de este noviazgo pues a Felipe lo veía muy mayor para su hija, se llevaban nueve años de diferencia, pero mi bisabuela, la yaya Francisca, una mujer moderna y adelantada para su tiempo según me contaba mi madre, le decía que los dejara seguir adelante que Felipe era de muy buena familia. A esa edad mi madre ya había dejado de recibir clases particulares de Don Francisco al terminar su jornada en el campo y acudía obligada al taller de corte y confección.

    Cada día al terminar su trabajo en la huerta, mi padre iba a recogerla al taller de costura para acompañarla recatadamente por caminos polvorientos hasta su casa “la alquería de la palmera”.

    Cuando paseaban los domingos mi padre quería besarla, pero la mayoría de veces llevaban al carabina de mi tío Vicente, el hermano pequeño de mi madre que se encargaba de “chivar” a su madre si Felipe le había dado un beso a su hermana. Y así fueron novios durante nueve eternos y castos años. Imposible imaginar un noviazgo semejante en la época actual.

    Se casaron el 27 de diciembre de 1956; nueve años después de conocerse. Tuvieron dos hijos y vivieron muy felices durante cuarenta y tres años hasta el fallecimiento de mi madre en 1999. 

 

©️AMPARO NOGUERA 2021 



 

 
    
 
 

 





Comentarios

  1. Precioso relato Amparo,no como ahora q no saben lo que es ser novios de verdad. Se ha perdido toda esa ilusión de esperar q llegará el sábado o domingo para ver a tu novio,.q tiempos más bonitos aquellos.

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