EL CHOCOLATE
Otra cosa era el chocolate a la taza. Ese lo solíamos tomar más habitualmente fuera de casa. En la Valencia de mi niñez y en la de mis padres, era típico visitar la Horchatería de Sta. Catalina o El Siglo Valenciano. Ambos locales se encontraban enfrentados en la misma calle, muy cerca de la torre de la Iglesia de Sta. Catalina, junto a la Pza. de la Reina.
Cuántos bautizos se celebraron allí y cuántas meriendas nos tomamos mi madre y yo cada vez que íbamos de compras a “Valencia”. A nosotras nos gustaba ir a “Sta. Catalina”. Donde además de horchata servían chocolate con buñuelos, helados de leche merengada, mantecado... Eso sí que era una horchatería de verdad. De estilo modernista, con zócalos alicatados en azulejo de Manises en blanco, azul y amarillo. El suelo en damero blanco y negro, sus sillas de arcos de madera redondeados y sus mesas de forja con superficie de mármol de Macael con vetas agrisadas. Un tipo de mesa cuya sola visualización me traslada inevitablemente a épocas pasadas. Allí, mi madre y yo, enfrentadas en una mesa del pasillo de la entrada, pegadas a la pared, nos tomábamos felices un chocolate en el invierno y un helado de mantecado en el verano. ¡Ay... el helado de mantecado...! ese que se hace con leche, azúcar, canela, corteza de limón y yemas de huevo. Yo lo hago a veces con mi heladera. He conseguido el sabor de entonces. Todo natural, sin grasas de Palma ni jarabe de glucosa al saborear mi helado, cada cucharada es un retorno al pasado.
Sta. Catalina aún se conserva, aunque los tiempos modernos y la clientela mayormente turística, le han hecho perder el encanto de antaño; una lástima. Por otro lado, el Siglo Valenciano ha pasado a ser un hotel. Cuántas vivencias y cuántas historias de amor de nuestros antepasados se forjarían allí... Por desgracia, el turismo prima sobre la solera de los locales emblemáticos. El casco histórico pierde poco a poco el encanto de sus comercios y Valencia va dejando de ser menos Valencia y a los que la queremos nos duele.
Pero volvamos al chocolate. El problema que yo tenía con él es que no podía parar de comerlo hasta que me lo terminaba.
Teniendo yo unos 11 o 12 años, una amiga de mi edad, Inma, que había emigrado con sus padres a Suiza, volvió por vacaciones y me regaló una caja de chocolatinas de Suiza envueltas en plata y papeles de colores. Dentro había un festín de sabores: praliné de avellanas, crocanti de almendras, chocolate con leche, blanco, negro... La caja era plana pero muy grande. Mediría unos 50 x 70 cm. Mi madre me la dejó llevar a mi habitación. Yo, conociéndome, decidí que guardaría la caja en la parte superior del armario. Así, cada vez que quisiera comerme una chocolatina, tendría que coger una silla para poder acceder y esa dificultad conseguiría que la frecuencia en ingerirlas disminuyese. Me sobran dedos de una mano para contar los días que duró la caja pero me faltan para contar la de veces que me subí a la silla. El balance una vez terminadas las chocolatinas, fue que de tanto ejercicio no me engordaron.
Ya de más mayor estando casada, la misma amiga, que sigue viviendo en Suiza, me trajo por Pascua un conejo de chocolate que pesaría más de un cuarto de kilo y mediría unos 25 cm. de altura. Transparentaba el chocolate un papel celofán rematado en la parte superior con un lazo rojo. Mi estrategia es siempre la misma. Hacerme difícil el acceso para que pase más tiempo entre un trozo y otro. Tras desatar el lazo, quitar el celofán y romper una oreja, volvía a cerrar de nuevo el celofán y atarle de nuevo el lazo. Y pasó lo de siempre. Una vez comida una oreja vuelta a desatar el lazo y a quitar el celofán. Segunda oreja. Y así desaté y até el lazo no sé la cantidad de veces en el mismo día. Cada vez el conejo estaba más descuartizado y antes de las 24 horas solo quedaba el lazo y el celofán.
Con la sensatez de los años he conseguido controlar mejor el tema de mi adicción al chocolate. Ahora solo lo como del negro. Me gusta hasta con un 99% de cacao. Descubrí la cantidad de propiedades que tiene para la salud, además de la de hacernos felices. Cada día me como un trocito, dos… ¡o tres! Y me siento feliz.
©️AMPARO NOGUERA 2021
Me voy a comer una onza a tu salud, por lo bien que escribes, hala!
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