LA BATALLA DE FLORES DE VALENCIA

    La Batalla de Flores es el colofón de fiesta de la Fira de Juliol y se viene celebrando en la Alameda desde 1891 por iniciativa de Pasqual Frígola, Barón de Cortes de Pallás, que por lo visto quiso imitar algunos desfiles de carnavales que ya se hacían en algunas ciudades de la Costa Azul. Pronto se convirtió en un espectáculo muy popular en la ciudad y fue uno de los principales actos festivos y sociales de la era dorada de la antigua Fira de Juliol, que tuvo su esplendor entre finales del siglo XIX y el primer tercio del siglo XX.

    Aunque la Batalla de Flores ha sabido mantener el sabor popular y se sigue celebrando en la actualidad el último domingo de julio, yo no puedo dejar de recordarlo con mis ojos de niña, la que vivía ese día como uno de los más alegres y festivos del todo el año...

    Pese a ser un acto multitudinario, para era algo muy entrañable y los acontecimientos se sucedían como un ritual. Ese día comíamos algo más pronto de lo habitual, y apenas terminábamos los pasteles y el café mi padre se marchaba hacia la Alameda. Más tarde mi madre y yo nos arreglábamos con ropa de domingo (de los de antes…). Desde la alquería hasta la Alameda nos costaba algo más de veinte minutos, así que salíamos de casa con tiempo para reunirnos con algunos amigos o familiares y poder ocupar nuestro palco antes del comienzo del desfile. Estábamos acostumbradas a que mi padre nunca nos acompañase por la sencilla razón de que tenía que trabajar en la organización del acto y posterior limpieza de la Alameda. Como buen valenciano de la huerta ya empezó de muy joven desfilando en una grupa ataviado de torrentí y acompañado por una valenciana. Más adelante, puesto que formaba parte de la Sociedad de Agricultores de la Vega, debía encargarse sobre todo de que los caballos estuviesen bien enganchados a los coches y carrozas y de que la colocación de los mismos en el desfile fuera la correcta. Una vez finalizado el acto, otra de sus misiones dentro de la SAV era dejar la Alameda perfectamente limpia como si en ella ninguna batalla se hubiese librado.

    Tras localizar la ubicación de nuestro palco nos aposentábamos en las sillas. Yo, por ser la pequeña, me quedaba de pie en el medio. A la derecha teníamos a nuestra disposición un gran cesto, casi tan alto como yo, lleno de proyectiles: montones de clavellons de color amarillo y naranja intenso que serían nuestras armas arrojadizas. Antes del comienzo del desfile, desde nuestro palco solíamos ver a mi padre transitar por el centro del paseo organizando los carruajes. Entonces, la gente, los caballos y las carrozas desaparecían de mi vista y ante mis ojos solo estaba él como si fuera el superhéroe de la película. Entonces yo, dando saltos exclamaba -¡Papá, estamos aquí!-. Y mi superhéroe se acercaba y me daba un tierno besito en la mejilla. El desfile ya podía comenzar.

    Cuando se disparaba la carcasa de aviso de salida comenzaba el cortejo encabezado por la Policía Municipal vestida de gala y montada a caballo. Después, tabals i dolçaines, seguidas de portadores de joies i pomells, precedían a las parejas a caballo ataviadas con trajes regionales.

    A continuación, desfilaban los coches ligeros tirados por caballos y después las bonitas carrozas tapizadas de flores multicolor diseñadas a modo de escalinata para acoger allí a las jóvenes participantes, incluidas las Cortes de Honor y falleras mayores de Valencia. Tras una segunda vuelta se entregaban los premios a los mejores coches y carrozas y tras el disparo de una nueva carcasa anunciadora comenzaba de verdad la Batalla de Flores. Rápidamente metíamos nuestras manos en el cesto y las llenábamos de clavellons acompañados a veces de algún insecto (muestra de la frescura con que habían sido cosechadas) para, a modo de proyectiles, lanzarlos directamente a todo lo que desfilaba por delante. Desde sus carruajes y carrozas los participantes nos devolvían las flores con fuerza a la vez que se protegían de nuestros disparos tras unas flamantes raquetas de tenis, (algo en lo que nosotros estábamos en desventaja). Cuando sonaba el disparo de la carcasa que anunciaba el fin de la lucha, el suelo de la Alameda parecía una auténtica alfombra floral.

    Actualmente se lanza un millón y medio de clavellons. Yo no sé en los años sesenta cuantas flores se lanzaría; eso es lo de menos. En mi mente queda el ambiente de tarde festiva, el jolgorio, el ver a mi padre como un superhéroe a pesar de que solo estaba realizando su trabajo, el calor de una tarde de julio, el olor a flores calientes y su vuelo fugaz por los aires, el amarillo y naranja intenso de los pétalos, la inocencia de mi niñez... 

    Ojalá todas las batallas que se han librado y se siguen librando en este mundo fueran como la Batalla de Flores de Valencia.

 

 ©️AMPARO NOGUERA 2021

 

 



 

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