LOS MEDIOS DE TRANSPORTE


    Muchos han sido los medios de transporte utilizados a lo largo de mi infancia y juventud. En principio, el carro tirado por “Careto” era el único medio y servía tanto para trabajar y llevar la cosecha al mercado, como para desplazarse de un lado a otro. Me contaba mi madre que mis yayos maternos viajaron en carro de Valencia a Benissanó (que está a 25 km de distancia) y con las carreteras de entonces y la velocidad del carro, les costó tanto llegar que casi se les hizo de noche. Yo llegué a subir en carro aunque simplemente fueron trayectos por la huerta a modo de juego acompañando a mi padre.

    Después del carro conocí los caballitos y los cochecitos de la feria y debo contaros que con mis ansias de niña inquieta y de experiencias diferentes, el hacer siempre el mismo trayecto en forma circular me aburría soberanamente. Como niña golosa, yo ansiaba el algodón de azúcar y la manzana cubierta de caramelo que me iban a comprar después; tan dulce y roja por fuera y tan verde y jugosa por dentro. ¡Eso sí que estaba rico y me hacía disfrutar un montón!

    En la feria ya descubrí que no me gustan las cosas que dan vueltas al mismo lugar y gracias a la noria intuí mi miedo a los aviones. La última vez que subí a una y de esto hace muchísimos años, al bajar parecía un pato mareado y a punto estuve de expulsar por vía oral la manzana y el algodón. De manera que viajo en avión cuando no hay más remedio, pero mi mareo y mi angustia viene a ser la misma que la que sufrí girando en la noria y sin poder bajar en aquel día de feria.

    Después del carro y de las atracciones de feria llegó la Vespa. Con ella nos desplazábamos a “Valencia” o a casa de mis iaios, convertidos los tres en lo que ahora llamamos un sándwich mixto. Un día la Vespa quiso besar el suelo. Caímos en bloque y mi madre sé rompió la muñeca. Mi padre y yo resultamos ilesos.

    Paralelo a la vespa de mi padre, el 600 de mi tío Manolo sería el primer vehículo propiamente dicho, con el que nos desplazábamos todos como si fuéramos metidos en una lata de sardinas, pero disfrutando de la felicidad que nos daba el poder viajar al fin del mundo, ubicación que para mi podía estar a tan solo treinta kilómetros.

    Tras la vespa, llegaría la furgoneta DKW de color beige. Un vehículo tan versátil, que lo mismo iba cargado de basquets con verduras hasta la puerta, que nos llevaba a todos de excursión al Saler, a Bicorp, a Montanejos, a Jérica o a Chulilla.

    En la furgoneta llevábamos de todo, una mesa y sillas de camping, la cesta de mimbre con la comida, una sandía y un melón para el postre, una nevera con hielo que refrescaba las cervezas “El Águila” y las gaseosas “El Siglo” o “La Revoltosa”. Y como accesorios imprescindibles para que el día de excursión resultara perfecto, no faltaba la cuerda con la que mi padre me hacía un columpio en el primer árbol que pillaba, y la manta que escampaba a la sombra de un pino para poder hacer su siesta reglamentaria después de comer. Algo que no perdonaba puesto que se levantaba cada día a las cuatro de la mañana. Solía decir que si no hacía siesta no era “persona.”

    Cuando la furgoneta se hizo vieja, mi padre compró otra nueva del mismo color. Así que fue la DKW la que nos llevó a todas partes durante la mayor parte de mi infancia y adolescencia hasta que en 1977, cuando cumplí 18 años, llegó el SEAT 124 ranchera con el que nos desplazaríamos en los momentos de ocio y que relegaría a nuestra entrañable DKW a funciones solo laborales.

    Paralelamente a la llegada del nuevo vehículo me saqué el carnet de conducir. Siempre agradeceré a mi padre la confianza que depositó en mi. Con dieciocho años recién cumplidos y mi carnet en la mano me dio las llaves del 124 y me dijo que desde ese día siempre conduciría yo. Y lo cumplió a rajatabla. Ya fuéramos al Parking del Corte inglés, viajáramos a Chulilla de vacaciones o nos desplazáramos a cualquier lugar, mi madre iba de copiloto y mi padre ocupaba siempre el asiento de atrás. Él estaba convencido de que solo así yo sería una buena conductora. No os voy a ocultar que tuve algún que otro encuentro fortuíto con la carrocería de otro coche, pero nunca recibí ninguna riña por su parte.

    También formó parte de mi infancia y juventud el transporte público, el famoso tranvía, ese que corríamos para coger a veces incluso en marcha, en el centro de la Avda. del Puerto y en el que nos vendía el billetito de papel transparente a 2,50 un señor con uniforme gris sentado en su pequeño mostrador en la parte de atrás. Eso me hace pensar en la de puestos de trabajo que han desaparecido. Hoy nos cobran lo mismo, pero nos tenemos que hacer nosotros mismos la gestión.

    ¡Cuántos viajes hicimos en tranvía hasta el Puerto para dar un paseo en La Golondrina…! Ese transporte marítimo que tampoco terminaba de hacerme mucha gracia. Por aquello de mis mareos y tal.

    Después del tranvía vendrían los trolebuses, que a dos por tres se salían de la guía y hacían que yo llegara tarde al colegio de las Hnas. Carmelitas del Sagrado Corazón en las Torres de Serrano. Si algo me gustaba del trolebús era saltar en marcha aprovechando la inercia del vehículo puesto que abría sus puertas a la vez que llagaba a la parada; era una sensación extraordinaria.

    También algún taxi negro con raya amarilla nos salvó en más de una ocasión de llegar tarde al Dr. Selfa o nos trasladó a mi madre y a mi “a Valencia” cuando había alguna necesidad de desplazamiento y mi padre no estaba disponible.

    Si me olvido de la bicicleta sería imperdonable. Tuve de pequeña una BH plegable que cargábamos en la furgoneta para que yo pudiera pedalear en cualquier lugar a donde viajáramos. Fui una gran aficionada. De más mayor disfrutaba del pedaleo durante veinte o treinta km hasta que, extremadamente pronto, al cumplir los veinticinco años, un problema congénito en mis rodillas hizo que estas se quejaran y el médico me desaconsejó desde entonces la práctica del ciclismo.

    La vida ha cambiado mucho y en consecuencia los medios de transporte. Se han creado vehículos eléctricos, patinetes a motor, trenes AVE muy veloces, motos y coches que sobrepasan la velocidad permitida en las autovías... Llegará el día en que nos desplazaremos por la ciudad colgados de un dron.

    Hoy tenemos siempre prisa por llegar rápidamente a nuestro destino, como si nos fuera la vida en ello. Al final terminaremos todos en el mismo lugar; si no en un cementerio en otro. Deberíamos tomarnos la vida con más calma y disfrutar de los pequeños momentos en compañía de nuestros seres queridos, que son los que nos van a llevar con más rapidez a alcanzar la felicidad.


©️AMPARO NOGUERA 2021

 

 



 

Comentarios

  1. Para mi,que llevo toda mi vida profesional trabajando en automoción. Los medios de transporte son un buen referente del paso del tiempo. De la evolución tecnológica y los avances industriales. Muchas veces del estatus o poder adquisitivo de las personas y en algunos casos, del quiero y no puedo.
    ¿Quien no recuerda con cariño la vespa? En la Moto Ossa de mi padre, el sándwich era de jamón y queso, pues en medio íbamos mi hermana y yo.
    Con este relato, una vez más, me haces rememorar tiempos pasados en los que llegar al campo o a la playa con el viejo Renault 6, era toda una aventura. También me hace recordar los escarceos amorosos en el asiento trasero del Renault 5 en mi juventud.
    Como acostumbro a poner la 5a velocidad, echaré el freno, diciendo que he disfrutado mucho leyendo este relato y dándote la enhorabuena por enésima vez.
    R.A.C.

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    1. Me alegra mucho que hayas disfrutado. Este relato, dada tu profesión, podría dedicártelo en exclusiva. 😃

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    2. Jajaja, todo un detalle. Gracias!! 🚗🛵

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